Enfrente de mi balcón hay un convento. Es un edificio de piedra muy antiguo, enorme, con una gran huerta que no se ve porque está cerrada por un muro todo alrededor. Siempre me ha intrigado ese edificio ¿Cómo será por dentro? ¿Cuántas monjas vivirán en él? A pesar de los cambios que ha habido en su derredor el convento se mantiene intacto en su volumen y en su presencia. Como un árbol centenario que sobrevive a guerras y tormentas, así sobrevive al cemento y al asfalto.
Lo que más me intriga y me cuesta comprender es cómo y por qué mujeres libres escogen vivir en clausura. He podido reflexionar en estos tiempos de confinamiento y he encontrado testimonios de monjas que viven su clausura como un camino de libertad hacia su propio interior. Su fe y su amor a Dios les exige una plena dedicación a él y la convivencia en comunidad les aporta suficiente compañía para no encontrarse totalmente solas.
Buscando por la red he encontrado que aún hay mujeres jóvenes que toman los hábitos. Son muy, muy pocas; muchas vienen de latinoamérica donde hay aún mucha fe cristiana. Otras, escogen su vida monacal hartas del mundanal ruido y aprovechando su buena formación académica publican libros o webs donde exponen su pensamiento y la vida de la orden eclesiástica a la que pertenecen. Ellas conocen bien lo que es no poder salir de casa y aconsejan a los que no estamos acostumbrados para poder vivir en paz y disfrutar de espacios interiores desde otra perspectiva. Las Carmelitas Descalzas de Cádiz han publicado en su web unos consejos estupendos para pasar estos tiempos de soledad y confinamiento. No sabemos quién los firma pero frases como «descubre la libertad interior que nadie puede quitarte» o «dale cabida a la creatividad, escucha tus propias inspiraciones y encuentra la belleza de lo que eres capaz» o «quítale importancia a las diferencias, potencia aquellas cosas que unifican» son pensamientos que la actual escuela de pensamiento Neurolingüístico firmaría.