Entrar en la casa de Monet en Giverny fue maravilloso. Allí estaba su pintura: sus formas, sus colores, su luz. ¡Con qué inteligencia planteó su jardín! Porque ya no salía de casa para buscar el color y la luz en la naturaleza sinó que construía naturaleza según la composición de color que deseaba y así pintaba una y otra vez, fascinado, los cambios que la luz y las sombras provocaban sobre ese paisaje.
Sus pinceladas fueron cada vez más etéreas, cada vez más espirituales, y así nos ha dejado ese gran cantidad de estudios sobre los nenúfares, ninfeas de agua de carácter fugaz. Que este hallazgo os sirva para provocaros un interés sobre la pintura y la esencia del arte , que es consuelo y religión para muchos. Así sea.